Un Concurso Poético
René Magritte
Un Concurso Poético
Amplitud de
conciencia y afectividad
Por Fabián
Núñez Baquero
Un concurso poético hoy
es una tarea de salvamento para el maltrecho estado del lenguaje, la
creación y la lectura. Muy pocas personas se dan cuenta cabal del
estado del analfabetismo real en el mundo. Y entendemos por
analfabetismo no la simple constatación de no saber leer ni
escribir, sino la falta generalizada del ejercicio alfabeto de la
lectura. Sin lectura el hombre está condenado a la ignorancia, a la
falta de perspectivas, a no entender el mundo y la sociedad, a no
tener memoria de su propia circunstancia como individuo . Pero, si la
lectura general es decisiva para la humanidad, la poética es la
pragmática de mayor envergadura para el desarrollo del pensamiento,
la sensibilidad y el lenguaje. A condición, por supuesto, que ella
cumpla con sus postulados imaginativos y semánticos. A pesar de que
la poesía ha sido tratada como la cenicienta de la cultura,el paño
de lágrimas de poetas y no poetas, ella es la fórmula mas excelsa
de conocimiento y sensibilidad.
Pasaron ya los tiempos en
que connotadas personalidades del mundo de las letras, incluidos
poetas de gran escala, repetían, con mayor o menor grado de
sinceridad, que no sabían lo que es la poesía. O declaraban, con
modestia real, que sabían al menos lo que no era poesía.
Hoy la situación es de regresión hacia una ignorancia mayor y
existe hasta una especie de regodeo festivo en asignar al poeta y a
la poesía un lugar en los procesos o especies en extinción. Hasta
-y es lástima confesarlo- hay algunos poetas que hacen gala de
confesión estrafalaria cuando dicen que el poeta no enseña
nada, no es nadie, que
cualquiera puede ser poeta sin necesidad de leer, sólo mirando
incisivamente los dos cuadrantes de su ombligo. Las autoridades
educativas e instituciones privadas de mercadeo escolar contribuyen a
este analfabetismo estético al mandar al desván de lo inútil la
lectura y la declamación de poemas.
No
existe la menor voluntad de involucrar a estudiantes en el proceso de
entender un apólogo, de recrear y comentar una fábula, de
practicar el trabalenguas o la adivinanza, de entrar en el mundo
único de la creación poética. Estamos acosados por una pandemia
patriotera que pretende encarcelar a la imaginación a describir los
sucesos de la tienda de la esquina o el bostezo del compadre y vecino
de barrio. Autoridades educativas y hasta poetas pretenden llevar
piñas a Milagro al insistir en un lenguaje de la cotidianidad y
partir del entorno pobre y rupestre de la circunstancia vital. Los
hombres quieren maravillarse en las obras de Verne, en los cuentos de
Quiroga, en los poemas de Lope de Vega o Calderón de la Barca, en
las obras de los verdaderos maestros de la especie.
Desde
hace mucho tiempo sabemos que la palabra es abstracta y que sirve
para apropiarnos del planeta y del universo. La poesía es la ráfaga,
el vehículo espacial que nos lleva más allá de nuestros confines.
Es la energía para superar nuestros límites y debilidades. Es
verdad que una caterva de gentes- que se hacen llamar poetas- han
metido gato por liebre, haciendo pasar por poesía textos que no son
sino frutos de su arrogancia, de su deseo de figuración, de ese
prurito malsano que tienen determinados sicofantes de timar a través
de las palabras. Y hasta existen denominados “críticos” que
respaldan esas pútridas emanaciones.
Pero
el poeta y la poesía son, han sido, y continuarán siendo un milagro
de la naturaleza. Son la concentración suma y el hilo de Ariadna de
la esperanza en un mundo mejor. Son el producto del trabajo, de la
lectura, de la reflexión, de ese camino de lucha que va desde la
oscuridad hacia la luz, de lo ininteligible hacia la nitidez de un
orden superior. La poesía es la lógica de los sentidos y la
semántica de esa esfera intermedia entre el pensamiento filosófico
y la imagen simple del mundo, la sensación. Para vestir de poesía
al mundo es necesario llenarnos de vivencias, historia, filosofía,
ciencia, lecturas insólitas. Una analogía no surge en un cerebro
vacío. El hábitat de la metáfora está en los hombres y mujeres
que leen, leen mucho y observan y sienten y son cristalinos en sus
expectativas y propósitos. Como en todo, un poeta honrado es mejor
que un poeta famoso que ha ganado sus trofeos mediante trampas. Se
lo percibe en sus poemas, en su dicción, en su entusiasmo sincero,
en su vida.
Todos
estos factores salen a luz en un concurso cuando hay un jurado que
entiende de verdad el proceso poético. La poesía posee su propia
objetividad y es posible entenderla y sopesarla con exactitud. No
participamos de la opinión aquella que asigna a los gustos
simplemente la preferencia de un poema. El grado de calidad se impone
a través de los recursos poéticos y de la semántica alcanzada. El
motivo o tema debe ser puntualizado, y esto porque no se puede
comparar dos poemas con temática diversa y, peor aún, con
tendencias o registros diversos: la poesía social o la poesía
amorosa, por ejemplo.
En
este sentido es ejemplar, digno de encomio, la convocatoria a
concurso poético de los Rapsodas 3000 Poetas. Aplaudimos esta
iniciativa. Ojalá haya instituciones del estado y de la sociedad que
sigan este ejemplo.
Comentarios
Publicar un comentario