La experiencia sensorial base de la poesía
René Magritte
La experiencia sensorial base de la
poesía
Por
Fabián Núñez Baquero
Es muy conocida la
afirmación que asevera que los ciegos de nacimiento no saben lo que
son los colores y, por supuesto, no pueden imaginárselos siquiera.
Por lo que podemos decir que la visión es una experiencia sensorial
que no se la puede transmitir si es que uno mismo no se la tiene o,
por lo menos, alguna vez se lo ha tenido. Esto sucede con todos los
sentidos. La riqueza de las experiencias sensoriales determina el
bagaje principal del poeta. Es imposible imaginar el hambre si nunca
lo has padecido. Si nunca te ha faltado amor es poco menos que
inalcanzable entender al desamorado, al que desespera de amor. Si
siempre has tenido tu cobija eléctrica cómo puedes imaginarte una
gélida madrugada andina. Hay mucha gente que jamás ha aspirado el
perfume de una flor. Si ingieres más calorías de las necesarias
cómo puedes imaginarte lo que le sucede al hombre que le falta
fuerza en las piernas o se le va la cabeza de un vahído. Si no has
sido emigrante- aunque sea en tu propio país- cómo puedes saber la
pávida-amarga realidad del emigrante en otros continentes.
Comprender la génesis y la tendencia del odio es una ciencia no
menos importante que la del amor.
En general la gente rica
o acomodada posee un colchón neumático- ese aislante que otorga la
riqueza- para entender los problemas minúsculos que, como
piedrecillas en los zapatos, atormentan al desheredado. Es muy
difícil, por esa circunstancia, que un rico sea poeta, y en la muy
remota posibilidad que lo sea, su poesía será de alguna manera como
blindada con el amianto de la insensibilidad y las palabras le
servirán más como decoración ligth
para transmitir su vacío sensorial. Por eso existen juegos de
palabras que no tienen núcleo, hueso. El calcio de la poesía es la
sensorialidad, la experiencia sensorial. Quizá por eso algunos se
inoculan sustancias psicotrópicas para atrapar más experiencias
sensibles, aunque esto les lleve al aislamiento, a comprenderse solo
ellos porque los demás no han participado de su experiencia
psicotrópica. Es fácil hablar en difícil cuando tienes droga
adentro como lo es tejer y destejer alucinantemente cuando la araña
se bambolea en la tela por efectos de la sustancia.1
Somos más modestos, hablamos de experiencias comunes a la especie y
a su trato social, experiencias que sufren una catálisis refinada o
singular en la elaboración poética.
Por
eso es crucial decirnos a nosotros mismo: hablemos de lo que sabemos,
y saber es algo más que entender, es padecer y trasmitir lo
padecido, ni más ni menos. Este es el sentido de bajarnos a lo
simple, a lo sencillo, aunque el verbo sugiera que nosotros somos más
altos o mas superlativos que lo simple y la sencillez. No. Bajar,
en este caso, sólo significa aspirar a lo fundamental, a la esencia
de la vida y de las cosas, flexibilizar nuestros sentidos, ir a la
palabra directa, desechar de alguna manera lo tecnológico, el
artilugio de la preceptiva, dejar que la piel hable y la sangre
cante. Esto, por supuesto, a condición de que tengamos algo que
decir porque la experiencia sensorial es, después de todo,
experiencia vital.
Los
poemas sin sensorio, son poemas sin alma. La poesía no es
sentimiento pero necesita sensibilidad para habitar en el inteligente
claro oscuro entre el conocimiento y la sensibilidad. Si hay sólo
conocimiento, hay filosofía o ciencia o semántica estéril, no
poesía. Y si hay sólo sentimiento sin inteligencia, caemos en el
lugar común o el lenguaje vulgar. Cuanto tenemos vida no nos
interesa demasiado los referentes culturales, citar a poetas famosos
o estar en la “onda” esnobista del día. Con mucha experiencia
vital y estudio de su oficio el poeta no necesita ni recurrir a las
drogas ni darse lija a través de la sobreabundancia de epígrafes de
famosos poetas de otros mundos.
1La
experiencia- casi científica- de Aldous Huxley con LSD no
justifica que todos hagamos lo mismo
La puerta
Por
Fabián Núñez Baquero
No vacilo más
sé que eres la respuesta
la puerta y el camino
¿para qué buscar el atajo de otra
senda?
¿por qué subir escaleras o ventanas?
La tempestad me arroja hasta tu umbral
llamo
sales presurosa
enjugas mi rostro
me besas
me acercas a tu corazón
sin preguntarme nada
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