Animalizar al hombre…
Animalizar al hombre…
Trabajos de Taller
Por Fabián Núñez Baquero
15/08/2013
La parábola del eterno retorno
se cumple en mí, pero siempre en espiral, siempre más arriba, con la tensión
más alta. En los Trabajos de Taller nos propusimos usar la prosopopeya y la
analogía con nuestros hermanos animales. Hace mucho tiempo me dediqué a escribir
apólogos, fábulas y consejas filosóficas que fueron reunidos en mi libro Dijo
La Tortuga. Pero como la invención es infinita, ahora traigo a ustedes una
nueva creación sobre el onagro y el poeta. Sobre el primero ya Juan Ramón
Jiménez creó su maravilloso Platero y yo,
una obra de finura y profundidad sensorial insólitas de quien fuera justamente
merecedor del Premio Nobel. No se vuelve jamás al mismo sitio, por eso el mundo
es tan maravilloso y divertido. Se vuelve, sí, incluso al mismo sitio que nunca
ya es el mismo y por eso vale la pena vivir.
Con este poema de Taller regreso
para recordar que las consejas y las fábulas deben comenzar de nuevo, como toda
creación, sobre el piso y el peso de este siglo, con la secuencia de un hoy
fluyente que nos maravilla. La relación fue siempre fructífera: nuestros
colegas animales animalizando la vida del hombre y viceversa, los hombres
hominizando a nuestros hermanos animales. Y no digo humanizando, conscientemente, porque este gerundio implica de
entrada la supuesta superioridad del
humanismo humano. Nada que ver. Hominizar significa latamente una realidad
antropomórfica sin ninguna secuela subjetiva ni arrogancia hombruna eticista.
Animales y hombres estamos en la misma cancha porque somos sujetos y objetos de
la naturaleza en paridad de condiciones, al menos al principio. Que ahora
superemos tecnológicamente a nuestros hermanos, sobre todo por las portentosas
herramientas que hemos creado, es otro cantar de ahora. Antes la igualdad se
llamaba paraíso terrenal, por no mejor decir paraíso bestial, que es lo correcto. Solo la ingenuidad bestial es
paraíso. Ojalá en este poema cumpla la tarea del Taller al mismo tiempo que la
apetecida ingenuidad bestial.
Onagro poeta
Estás como
yo, con piel dura a la intemperie,
Como yo,
poeta, de cataclismo en cataclismo.
Ni Nagasaki
pudo conmoverte
Con su bomba
atómica.
De
cordillera en cordillera
Cabalgas el
abismo
Siglos de
siglos
Como yo,
poeta,
De palabra
en palabra,
Verso a
verso
En la vida
desolada.
Ya no eres
transportador de dioses
Ni alivias
la carga del humilde.
Máquinas
mecánicas y juguetes electrónicos
Te han
postergado al último.
Como yo,
poeta, te has quedado
En el
silencio de tu interjección borrada
Como yo,
cuyo canto es arrumbado
En los
cofres amorfos del olvido.
Como yo, tus
ojos dibujan la inocencia,
El sencillo
fervor de la constancia,
Como yo, con
orejas alargadas
Para oír el
acento del gran Todo
En las
tardes de la Arcadia,
En las
noches de Bizancio…
Fuiste
poderoso en Babilonia
En Súmer
Como yo fui en
la Hélade,
En las
batallas de Troya,
En los
castillos provenzales
Y en los
viajes de Odiseo…
Tú fuiste el
Indispensable
En los
viajes y en las obras,
Como yo fui
el milagro
Del canto
entre los hombres.
Ahora nos
remplazan ondas cuánticas,
Ingenios virtuales
A ti y a mí,
fósiles bióticos,
Seres
condensados ya en su ADN.
Mi paciencia
de escriba es aplastada
Por la
bárbara corriente del bárbaro imprevisto,
Por el
improvisado que maneja redes y antenas,
La vida
misma y el Estado.
Como tú,
onagro de torres y de siglos,
Conductor de
humanidades,
Claro amigo
de caminos y colinas,
Estoy fuera
de órbita
Cantando con
voz firme a oídos sordos,
Piafando el
suelo absurdo de un mundo
Que olvidó
el corazón entre las ruinas…
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