No hay consenso en arte
No
hay consenso en arte
No
hay consenso en arte
Por Fabián Núñez Baquero
03/10/2018
En
arte no hay consenso ni disenso. Es arte o no lo es. Igual que en
ciencia o en filosofía, hay verdad o no hay verdad. Los hombres no
se reunieron a votar o a ponerse de acuerdo para escribir o dar su
aprobación a quien escribió en verdad la Divina Comedia, o
para aprobar o desaprobar los cuadros o los frescos de Miguel Ángel
o de Portinari. Ni la ciencia ni el arte se encuentran sujetos a ese
extraño recurso de torcer la razón o el sentimiento en aras de
ponerse de acuerdo bajo la presión de una mayoría para el
supuesto bien de una mayoría.
Habría que preguntar quién- qué mayoría- estuvo detrás,
discutió, puso sus razones para levantar la estructura poética de
un Pessoa o de un Darío. Desde los oscuros comienzos de las
epopeyas, la épica y las cosmogonías, los vates y artistas
plásticos estuvieron solos, absolutamente solos frente a la materia
informe de su creación: los extraordinarios escultores toltecas y el
desgarrado refugiado que se llamó Publio Ovidio Nasón, tuvieron la
soledad de la piedra y el vocablo.
¿Quién lloró y se exaltó junto
a Juan Sebastián Bach junto a su portentoso órgano solitario?
¿Quién tuvo las tripas y las cuerdas de un Paganini o de un Shubert
temblando de hielo y hambre en el invierno?
Nadie
puso un dedo en el Zeus de Olimpia, el Discóbolo o en la Ilíada,
que no fueran sus autores, por lo tanto tampoco se realizó una minga
para el consenso o el disenso de las obras de arte. Estos últimos
procedimientos truculentos han sido introducidos por las élites
politiqueras con el fin de hacer pasar gato por liebre o demostrar la
cuadratura del círculo que oculte sus beneficios o sus escondidas
ganancias extras pre y pos electorales.
Lo
que si hay es consenso y disenso en los juegos florales o concursos
escultóricos o de música para otorgar premios a los triunfadores.
Es decir, sobre lo que ya está hecho, hay razones y colores de
elección para un jurado o supuestos catadores o expertos en arte. Lo
que ya está hecho es fácil- dice el refrán-, y más fácil
convertirse en árbitro de su excelencia o demérito, decimos
nosotros.
Ya
que hablamos de refranes, recordemos el que dice, en artes y
colores no opinan los doctores,
queriendo decir con esto que el arte no está sujeto a un
conocimiento, a un gusto, a una semántica posible de investigar y
dilucidar, sino al arbitrio del viento, a lo arbitrario del azar y
las circunstancias. La libertad del arte se confunde aquí con el
capricho individual o colectivo, o con el interés personal.
Es
evidente que el arte tiene un canon, una sintaxis y una concordancia
entre lo que se quiere expresar y lo expresado, entre el tono y el
manejo de cada instrumento oral o visual o escultórico, entre la
agudeza de los sentidos y el manejo de su lógica. Y desde luego que
muy pocos quieren transitar el largo y paciente camino de la estética
responsable. Y ésta no es asunto para manipularla en los márgenes
mezquinos ni de lo útil o beneficioso, ni rebajarla a los términos
grotescos de una contienda electoral o de acuerdo de club o de
barrio.
El artista no es un candidato elegido por un consenso o
disenso, sino un serio trabajador de la cultura que propone y expone
lo nuevo, el lanzamiento continuo de obras y expresiones que, a lo
mejor, a la sociedad no le interesa, pero que a él lo llena de
tumulto interior y de paradisíaca expectativa.
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