El poema mayor
El
poema mayor
Por Fabián Núñez Baquero
El
poema mayor del poeta resulta al final su propia vida: es posible que
su entusiasmo y su fe en si mismo superen sus expectativas y sus
metas alcanzadas. Comenzó con el arrobamiento frente a la
naturaleza, con la inevitable lectura del mundo y con su mundo de la
lectura, y ha concluido conque el único edificio real que ha
estado construyendo ha sido el de su rara e inmodificable existencia.
Y construirla ha significado una larga estancia en el paraíso
terrenal,el único edén que posee sus propios infiernos,purgatorios
y limbos…
No
hay espectáculo mejor ni más reñido que el jubiloso y agónico que
el pancracio y la maratón prolongada de la existencia. La lección
es simple:sin la contradicción vital, sin los tropiezos,dolores y
gozos que escuecen la piel y los sentidos, no es posible levantar la
arquitectura del poema. Desde luego este estropeo de huesos y
tendones implica también los dolores de cabeza del estudio,la
meditación y la devoción en la palabra, su ritmo, su cadencia y la
simbología que ahora sabemos que es una sola: la honrada constancia
de lo que somos y hemos sido y las vueltas y arabescos que hemos dado
para decir a nuestro hermano: esto soy yo, esto eres tú,
en esta gota de polvo estelar del planeta que nos ha tocado
existir.
Ahora,a
esta altura del momento, el poeta puede decir sin exagerar ni
amilanarse: construir el poema es construir la propia vida. Somos
arquitectos y albañiles en cada verso que decimos y escribimos, por
eso debemos escribir lo mejor y más veraz en el telar cotidiano de
la poesía, que es como decir en la estructura de nuestro propio ser.
Talvez
por eso escribí:
Toda
vez que no importa donde vengo,
toda
vez que no importa donde voy,
a la
luz que me informa yo me atengo,
a la
verdad que esplende en lo que soy...
No
es el dominio de la inteligencia artificial o del mundo cibernético
la meta del verdadero poeta: su objetivo es el poema mayor, la
esencia subcutánea del tiempo y la humanidad. Por supuesto esto
significa algo más que una mera artesanía: buscamos la rúbrica de
la eternidad en cada paso que damos. Por lo tanto no podemos estar
divididos entre nuestro cuerpo y sus emergentes urgencias materiales,
y la impoluta huella lumínica de la honradez y la senda del
perfeccionamiento humano. El poeta no busca la fama o la
consolidación del poder, se afianza en su propia traza espontánea,
su impronta desnuda:
Nada
puedo decir que sea mío:
ni el
sol distante en plena lejanía
ni el
verso azul que tiembla en melodía
ni
este interno sufrir al que me fío…
Después
de todo la armonía fundamental consiste entre el ser y el parecer:
el disfraz de carnestolendas dura un efímero instante, la escena
fingida no reemplaza la substancia coherente entre lo que pretendemos
ser y lo que somos de verdad. Por lo que el poema mayor consiste en
lograr la identidad entre nuestros huesos y nuestras palabras. Que
nunca nos avergoncemos de nuestra creación y menos de las palabras
que hemos plantado como ladrillos de tan preclaro edificio.
Poema
y poeta deben ser parte de esa esclarecida ecuación que unifica la
vida y su espejo, el rostro y el corazón. ¿De qué vale sacarnos el
premio Nobel o ser traducidos a varias lenguas si nuestra existencia
no corresponde a su espectro espiritual? El hombre de carne y hueso
debe ser la correspondencia exacta entre su producción poética, su
semblanza y sus acciones: ojalá toda su acción única sea poética
porque el poema mayor es, debe ser el propio hombre.
En
síntesis: luchemos por ser en cada poema la poesía de nosotros
mismo.
Maestro, cuán refrescantes resultan para el espíritu tus palabras.
ResponderEliminarLa expresión de nuestros versos, no son sino, nuestra propia existencia.
Hermoso y reflexivo.
Te envío un fortísimo abrazo, desde Costa Rica.
Darío.
Gracias, Darío Nervo, por tu valioso y sentido comentario, que sigas escribiendo
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