De lo grande a lo pequeño, lo sagrado
De lo grande a lo pequeño, lo sagrado
Antonio Fabián Núñez Baquero
Todos quieren lo
grandioso, lo descomunal, lo que llame la atención en todo el globo. Es el tema
de la época, lo que llaman viral, que pone a moverse a mucha gente. Quieren
estar en el escaparate de la fama. El éxito es lo cuantitativo, los millones
que se interesan en tu plataforma, en tu blog. Nadie piensa en lo raro, lo
inusual, lo pequeño pero vistoso, lo mínimo que ejemplifica lo verdadero, lo
sustancial. Solo el poeta no pasa de
lado frente a lo anodino, a la mariquita posada en la amplia hoja o en el común
diente de león del jardín o la pradera recoleta. Solo el poeta con su paciencia
de grano de arena y su respeto por la miga de pan, eleva los contornos de lo
trivial y lo mínimo y no se avergüenza de sus comienzos a la puerta de su
caverna.
De acuerdo, el sol
con su tamaño de elefante espacial es necesario y hasta vital, siempre y cuando
no dejemos de lado a la simple rosa que emplea la fotosíntesis para producir
belleza y paz en nuestro corazón. Lo grande es tan simple y necesario como lo
pequeño. Nada se mueve sin el átomo o la subpartícula de la cual no tenemos ni
siquiera la noticia de su nombre.
Hay una sola cosa sagrada en el universo, el
respeto por el grano de polvo y por los seres que para el resto no valen una
higa o un bledo. El poeta es el sacerdote de lo sagrado, es decir, del respeto.
El respeto le hace vibrar con la luz y con la sombra en medio del caos
cuantitativo el culto de lo múltiple, la adoración de la macro potencia. Solo
el poeta se queda en la penumbra de la humildad verdadera sabiendo que cada ser
es tan decisivo como el cosmos.
Este sentimiento lo lleva a amar lo simple y a
escribir las loas más sentidas a lo pequeño y trivial. Solo hace una excepción,
la palabra. Y esto porque a pesar de ser el principio y el fin de sus visiones
y anhelos, a pesar de su grandiosidad, es la herramienta de lo fino y sensitivo,
del corazón afilado. Y, sobre todo, porque ella es el instrumento de la poesía,
la única grada que lleva al paraíso. Realicemos una venia, una pleitesía a
ella, tan pequeña y grandiosa:
Si
dejamos a la palabra
que
determine el espacio
tenemos
una perla rodando mansa y libre
sin la
premura del desamor
apenas
con su propio fulgor
sin
prisa
como la
cuenta de la vida
la gota
que no agota
su
propia corriente rumorosa
Solo la
palabra
con su
desnudo movimiento
despertándote
en la noche
para
consolarte del día
y
premiar tu silencio consentido
Sin
pasado ni futuro
sola y
única
para
que la exhibas en tu pecho
que
algún momento quiso morir
en su
afónico vacío
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