Los peligros del escritor


Los peligros del escritor
Por Antonio Fabián Núñez Baquero


Cuando uno se deja de escribir se herrumbra la mano y su correspondiente neurona o centro cerebral. Y, sobre todo, se adquiere una bucólica presencia de toro castrado, y todos lo notan. Al menos quienes no tienen hábitos televisivos y, al contrario, disponen de una oreja de canes cazadores y de ojos de lince macho. Es la forma de hablar lo que delata a un poeta o escritor de aquellos pelafustanes fotogénicos que se pasan la vida en discotecas o burdeles moviendo el esqueleto o buscando a una inmortal bayadera hindú o a una niña de cuarenta años. Y el hablar es un ajetreo que se pule con la frecuencia de la escritura y la insistencia en la lectura. La siembra de la lectura y la cosecha de la escritura no se parecen en nada a la simplona, aunque festiva lotería ni nace de la buena fama adquirida hace veinte años o de la corona real conseguida por pertenecer a una buena familia o estar situado en las primeras gradas plutocráticas.
Ahora, en este tiempo de condenada rapidez y tecnología siete estrellas, es cómodo desviarse por el camino fácil de las redes sociales, la pornografía visual o la chabacanería de baja estofa. Hasta se puede caer en el erudito estercolero de los juegos y batallas de héroes robots, publicidad politiquera, reinas de otro mundo o guerreros híbridos con espadas de candela. Son los más conocidos peligros del escritor a quien hace falta solo un instrumento: la palabra. 
Y más todavía si el escritor es poeta de flecha aguda y dorada. Por cierto, el peligro mayor es apoltronarse en el almohadón sordo de la comodidad y el confort vital. Todos los días debe vencer la pereza inaudita de un cuerpo que pretende imponer la inercia o de un cerebro que ladra por seguir los trillados procedimientos del ayer o el estancamiento.
 Si quieres ser original y nuevo invéntate las maneras de dominar la afasia corporal o la inútil ensoñación del pasado. Salvo que el pasado sea una fuente, una planta de nueva energía para vencer el perezoso presente y la abulia del no menos desganado futuro.
La palabra es el arma sutil que desarma la vanidad y lo inútil. Pocos se dan cuenta, pero si estamos vivos o de pie es por la palabra. Con ella conquistamos de alba en alba el poder inefable de ser hombres, de saber donde estamos, a donde vamos, de donde venimos. Ella es el rayo láser para disolver las pasiones malsanas, el desperdicio del cotilleo y la incertidumbre de una sociedad que está convencida que acumular riqueza es la única fórmula para la felicidad personal y global. Ella equilibra y balancea la vida. Ella es el centro de cómputo para medir nuestra distancia desde el bosón a las estrellas. Un robot puede ser más perfecto, pero le falta sudor, saliva y el ardor insólito que la palabra pone en nuestros labios cuando declamamos un poema o rendimos pleitesía a la belleza. El robot puede destruirnos, pero jamás dominarnos. La palabra forma y educa, prevé y fortalece nuestra visión. El pez muere por su propia boca, el hombre muere y vive, se compromete o se aísla por la autoridad de su propia palabra. Mientras más la amamos, más nos acercamos a su verdad y objetividad.
La palabra es el poderoso secreto de la especie. Ella es un instrumento vital y en el juzgado vale más que un juramento escrito o documento legal. Y en la poesía es una herramienta de fuerza, de seguridad en la intuición, de feraz y veraz alianza con la sociedad y la naturaleza.
Hay muchos peligros para el escritor, pero ninguno más mortal e irreversible que la pérdida de la palabra. ¿Cómo es esto posible?, dirán muchos. Sí, se la puede perder por el mal uso o el abuso, por el silencio consentido o por el mutismo no aceptado, por el imperio de la vulgaridad o el predominio de los individuos o elementos más nocivos de la sociedad que la dominan en todo el planeta.

 Abracadabra palabra

Para mi amigo Fernando Moncayo
La palabra
Con sabor y color
Tiene menta y pimienta
Diga verdad o mienta

La pala
De la palabra
Es un abra
Que te jala
Monte adentro

Palabra de pala y cabra
Pala que te cala y jala
Hacia dentro del sin centro

La palabra es una hebra
Que pinta color de cebra
Es un hilo, una madeja
Que te sigue o que te deja

La palabra tiene olor
Sinfonías de pintor
Castañuelas y tambor
Palabra de honor

Que la pala
De la palabra
Te abra
Con su pata de cabra
Y color
Un Abracadabra
Mejor

 (De Sortilegios y mantras)



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