Escribir para uno mismo


Betancourt- Sustancias del campo

Escribir para uno mismo
Por Fabián Núñez Baquero
10/04/2019
A la final escribir es conversar con uno mismo. No siempre se conversa con o se escribe para los demás. Aun en el caso de ser un escritor reconocido o pensar en el público cabe la posibilidad de que lo escrito no se publique o que se pierda el texto. O, lo más usual, escribimos desde las paredes más silenciosas de nuestro corazón y de nuestra experiencia única que lo más probable es que no nos entiendan o nos mal interpreten.

El curso de la vida y el uso del lenguaje son tan complejos que cada persona imprime una huella o sigue un camino que no coinciden con las expectativas de los demás. Siempre corremos el riesgo del gran Heráclito: expresarnos en fórmulas enigmáticas, délficas, en el intento de descifrar los fulgores de nuestra alma o del alma del mundo. Y la poesía es el idioma de Delfos o de la Cábala, de la adivinación o la profecía.

 Cada sentencia poética se parece a la efímera luz de la luciérnaga o el camaleón en un bosque cerrado y el poeta mismo reconoce muy vagamente su propio esplendor, la señal heliográfica que envía desde su isla al océano o al continente. Son muy pocos los privilegiados cuyo soliloquio sale de sus cuatro paredes y se convierte en el monólogo de Segismundo, en La vida es un sueño de Calderón de la Barca o en el famoso circunloquio de Shakespeare en Hamlet.

No pensemos tan alto, solo un poema o un cuento que marquen la diferencia de lo único o acaso de la distancia entre lo obvio y lo impensado, improbable, sean lo deseado, lo que habíamos ambicionado expresar. Porque siempre estamos en la gran curva entre lo inefable y lo que apenas alcanzamos a decir, entre el tanteo entre las tinieblas de nuestro ser y la claridad evidente del día. Quizás el secreto sea hablar desde las tinieblas y el desconcierto para que las palabras se conviertan en faros y linternas o en la misma diafanidad de la luz.

Heredamos un corazón oscuro, no hay que negarlo, y nuestra propia vida se encuentra como barco a la deriva, como la nave que cada vez amenaza zozobrar en alta mar. Y talvez por eso una palabra nos salve, un verso, un dictamen profético. Estamos amarrados, como Ulises al palo mayor en medio de la borrasca, sabemos que por más que gritemos nadie nos oye, que estamos hablando para nosotros mismo, pero a la vez tenemos la esperanza de que una palabra, una sola se filtre en la tormenta y se convierta en el auxilio necesario.

Quizás el monólogo, entonces, se convierta en diálogo, en palabra y gesto de retorno. Conversar con uno, escribir, es como lanzar una botella al océano con un mensaje dentro, por si acaso alguien la encuentre y descifre el texto y lo divulgue a los demás y lo entiendan. La expectativa es que lo comprendan.

No encuentro el paradigma de las voces
o acaso el silencio mudo en el relámpago
la herida a fondo resucita
sé que es fácil la urgencia amotinada
e imposible el retorno a la delicia
tómame la mano a la distancia
mira del todo mi rostro perturbado
avisa, por favor, angélica guerrera,
el tatuaje que ronda en mi cadalso




Comentarios

Entradas populares de este blog

Metabolismo y poesía

Similitud y comparación, ciencia y arte

Jitanjáforas