La experiencia sensorial base de la poesía

René Magritte

La experiencia sensorial base de la poesía
Por Fabián Núñez Baquero
30/12/12

Es muy conocida la afirmación que asevera que los ciegos de nacimiento no saben lo que son los colores y, por supuesto, no pueden imaginárselos siquiera. Por lo que podemos decir que la visión es una experiencia sensorial que no se la puede transmitir si es que uno mismo no se la tiene o, por lo menos, alguna vez se lo ha tenido. Esto sucede con todos los sentidos. La riqueza de las experiencias sensoriales determina el bagaje principal del poeta. Es imposible imaginar el hambre si nunca lo has padecido. Si nunca te ha faltado amor es poco menos que inalcanzable entender al desamorado, al que desespera de amor. Si siempre has tenido tu cobija eléctrica cómo puedes imaginarte una gélida madrugada andina. Hay mucha gente que jamás ha aspirado el perfume de una flor. Si ingieres más calorías de las necesarias cómo puedes imaginarte lo que le sucede al hombre que le falta fuerza en las piernas o se le va la cabeza de un vahído. Si no has sido emigrante- aunque sea en tu propio país- cómo puedes saber la pávida-amarga realidad del emigrante en otros continentes. Comprender la génesis y la tendencia del odio es una ciencia no menos importante que la del amor.

En general la gente rica o acomodada posee un colchón neumático- ese aislante que otorga la riqueza- para entender los problemas minúsculos que, como piedrecillas en los zapatos, atormentan al desheredado. Es muy difícil, por esa circunstancia, que un rico sea poeta, y en la muy remota posibilidad que lo sea, su poesía será de alguna manera como blindada con el amianto de la insensibilidad y las palabras le servirán más como decoración ligth para transmitir su vacío sensorial. Por eso existen juegos de palabras que no tienen núcleo, hueso. El calcio de la poesía es la sensorialidad, la experiencia sensorial. Quizá por eso algunos se inoculan sustancias psicotrópicas para atrapar más experiencias sensibles, aunque esto les lleve al aislamiento, a comprenderse solo ellos porque los demás no han participado de su experiencia psicotrópica. Es fácil hablar en difícil cuando tienes droga adentro como lo es tejer y destejer alucinantemente cuando la araña se bambolea en la tela por efectos de la sustancia.1 Somos más modestos, hablamos de experiencias comunes a la especie y a su trato social, experiencias que sufren una catálisis refinada o singular en la elaboración poética.
Por eso es crucial decirnos a nosotros mismo: hablemos de lo que sabemos, y saber es algo más que entender, es padecer y trasmitir lo padecido, ni más ni menos. Este es el sentido de bajarnos a lo simple, a lo sencillo, aunque el verbo sugiera que nosotros somos más altos o mas superlativos que lo simple y la sencillez. No. Bajar, en este caso, sólo significa aspirar a lo fundamental, a la esencia de la vida y de las cosas, flexibilizar nuestros sentidos, ir a la palabra directa, desechar de alguna manera lo tecnológico, el artilugio de la preceptiva, dejar que la piel hable y la sangre cante. Esto, por supuesto, a condición de que tengamos algo que decir porque la experiencia sensorial es, después de todo, experiencia vital.

Los poemas sin sensorio, son poemas sin alma. La poesía no es sentimiento pero necesita sensibilidad para habitar en el inteligente claro oscuro entre el conocimiento y la sensibilidad. Si hay sólo conocimiento, hay filosofía o ciencia o semántica estéril, no poesía. Y si hay sólo sentimiento sin inteligencia, caemos en el lugar común o el lenguaje vulgar. Cuanto tenemos vida no nos interesa demasiado los referentes culturales, citar a poetas famosos o estar en la “onda” esnobista del día. Con mucha experiencia vital y estudio de su oficio el poeta no necesita ni recurrir a las drogas ni darse lija a través de la sobreabundancia de epígrafes de famosos poetas de otros mundos.
1La experiencia- casi científica- de Aldous Huxley con LSD no justifica que todos hagamos lo mismo

La puerta
Por Fabián Núñez Baquero
30/12/12

No vacilo más
sé que eres la respuesta
la puerta y el camino
¿para qué buscar el atajo de otra senda?
¿por qué subir escaleras o ventanas?

La tempestad me arroja hasta tu umbral
llamo
sales presurosa
enjugas mi rostro
me besas
me acercas a tu corazón
sin preguntarme nada

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