Poema y emoción

Poema y emoción

Por Fabián Núñez Baquero


Lo más fácil es decir: sin emoción no hay poema. Aunque el poema es algo más que una emoción. El hombre es ser de emociones, sentimientos, aunque la tendencia actual lleva a la anulación de unas y otros en la vida cotidiana. Por cierto, solo los robots son carentes de pasión, pero ya los serios muchachos de la inteligencia artificial se encargarán de añadirles una tela prefabricada de tics y sensibilidad para invadir el espacio humano. Pero el hombre es instinto, inteligencia, emoción. La inteligencia es emocional, no porque nosotros añadamos la emoción sino por nuestra propia razón de ser: la existencia es latido, pálpito, tacto y emoción. Hablar sobre la inteligencia emocional es llover sobre mojado, es una tautología innecesaria como señalar la humedad de lo húmedo.[1]

La emoción no existe solo en el poema creado o declamado sino en cada actividad humana. Cuando comprendemos la noción de infinito en matemática sentimos un extraño cosquilleo en la columna vertebral, tal como sucede al aprender un nudo marinero o el arte de la perspectiva en Leonardo da Vinci. Pero la emoción poética, como la bulliciosa e ilímite cromática, posee gradaciones y su escala es poco menos que infinita. La humanidad-como el mundo- es un vasto instrumento musical y poético si lo sabemos descubrir en esa penumbra de razón y sinrazón donde habita la poesía. En la práctica cada ser humano tiene marcada una tesitura, un tono fundamental en su voz y en su coherencia sensorial. Y como cada uno es único el resultado es que el mundo se inunda de diversidad en la unidad secuencial de su existencia. Y cada ser es uno y diverso al mismo tiempo: uno con el mundo y con su especie y diverso en su entorno y habitáculo privado. Por eso vale la pena vivir en esta unimismada diversidad de naturaleza y humanidad y expresar con nuestra propia voz, sabiendo que es genuina e irrepetible:

Deletreo en tus ojos el alfabeto de los astros
y tu boca es el candil del deseo supremo…

No se han creado palabras
para entender el aeródromo delicioso de tu nuca…

Se puede percibir la diferencia de matiz en cada verso no se diga en cada motivo o tema en el celeste diapasón de la poesía. La tristeza o el júbilo muestran su faz a quien desea percibirlos. Claro que existen poemas que esconden sus galas y gemas y que nos cuesta conquistarlos, pero entonces la conquista es más placentera.

El amor más la inteligencia es la ecuación fundamental. El amor universal transformado en particular- o a la inversa-, ligados con esa espiga dorada llamada inteligencia. Ésta puede ser definida como la capacidad de selección y de analogía, con el deseo de poner nombre a todas las cosas. Elegimos cada palabra o cada tema como si estuviésemos escogiendo perlas para el dominó de la vida. Comparamos las visiones, cada imagen con otra remota o equidistante o apenas perceptible. Y entonces descubrimos una relación nueva que nos hace temblar de emoción, que quisiéramos que este descubrimiento nos escuche el universo. La música poética usa del ritmo, de la repetición, de la anáfora para acentuar el signo sensorial, la epifanía de la voz nueva. La repetición puede ser una caja musical y vistosa o un estribillo de tortura infernal como el picotazo del cuervo en el poema de Poe.
Ahora sabemos que la anáfora y la comparación están presentes en las flores y en los cromosomas, en los ladridos del perro en busca de su amo. Cada ecuación química nos recuerda los peldaños de nuestras palpitaciones frente al ser amado o ante una mujer hermosa.

No depende de nosotros, nos emocionamos, estamos sujetos al vaivén de nuestros sentidos, a la respuesta consciente o inconsciente de nuestro corazón. Somos seres de nostalgia y de alegría, de dolor o esperanza, y el dolor nos hace hablar o nos somete al vasto caudal del silencio.

Una vez dijiste
Está muerto
Pero era yo inundado de silencio
Era yo maravillado y muriendo en tu presencia…

La emoción en Whitman se parece al tropel de caballos salvajes en las praderas de Norteamérica. La de Bécquer a la pasión de la flor en un día de canícula. Vallejo representa la innumerable floresta social elevándose de la catástrofe. Hasta poetas cerebrales como Góngora festejan la emoción. Jaques Prévert, en su famoso poema El Desayuno, es tan objetivo, lineal, y aparece frío y gélido de sentimientos, pero su descarga emocional es absoluta. Y nadie puede negar la fuerza elemental, el canto a la vida de Palacios-Almafuerte- en aquellos poemas cuyo modelo empieza con:

No te des por vencido ni aun vencido,
no te sientas esclavo ni aun esclavo…

La emoción del hombre es como el latir, croar de los batracios desde tiempos milenarios o para decirlo en lenguaje poético:

La orquesta de las ranas
con variedad de tonos y secuencias
¿puntualizan llamados o preguntas?
¿o son afirmaciones de la especie?

Seres tan pequeños nos recuerdan
que ninguna inteligencia es tan potente
como el tambor gutural de los batracios
que cantan por milenios sus canciones…



[1] Lo mismo que el tan manoseado concepto del desarrollo del pensamiento. No puede haber pensamiento sin desarrollo, pero su opuesto no es verdadero: no todo desarrollo incluye o fomenta el pensamiento.

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