El gran Chef poético

El gran Chef poético 

Por Antonio Fabián Núñez Baquero


La poesía consiste en una vasta información plural y una pizca de sal en los contornos. Ni tan ni muy, todo en su punto, aunque depende de… El poeta es el gran chef de la cocina cósmica que usa ingredientes vaporosos, a la vez que firmes en la construcción de sus estatuas que duran un día. Los condimentos principales son un vaso de agua y una gota de oxígeno en cada sílaba, que, en definitiva, es la sazón que adereza cada acento, cada ritmo en el condumio floral de la palabra. Al poema hay que prepararlo, no en el horno microondas del interés o el deseo de figuración, sino en la sartén caldeada por el sano crepúsculo de las auroras, en el espacio aquel en que las visiones te hacen cosquillas las retinas. Desde luego, el refrito principal es la semántica de sabor, olor y color: una mezcla de mandarina nocturna con la cebolla picante y roja de la tarde. Y a todo añadir el perejil de la emoción. Y, claro, en la cocina debe haber muchos materiales importados de grandes autores y un cerebro que sea un degustador de todas las cocinas poéticas del mundo a más de un apetito sonoro y abierto a todas las novedades y novelerías adyacentes.

Las hierbitas del uni-verso parecen demasiado mínimas, fortuitas o arbitrarias, pero a la final son las iniciales precisas para elevar el gusto gastro-poético. No olvidar la locura de cada menjurje y la serena paciencia del hervido. El poeta no deja de ser depredador profesional, asalta toda posibilidad de nutrición: depreda los alimentos del día, el bistec de hígado marca el cursor que produce la energía del verbo épico. La excelente salsa de maní inyecta eclosión y alegría en cada í. Una manzana en la ensalada de vocablos dilata el sabor lampreado, híbrido que degustan los dioses del Olimpo terrenal para acorralar y dominar al caballo desbocado de los sentidos. La sandía, ese sol jugoso y temerario, pone pausa y límite a la estrofa oscura o al gesto decadente. Para forjar el madrigal o el trioleto se recomienda un régimen estrictamente vegetariano, hortalizas y granos suaves. Para el poema de combate vale un lomo a la plancha con carne de res argentina. No es aconsejable el almíbar del verso blanco ni la panela excesiva de la rima forzada sea clásica o no. Por supuesto el soneto es un postre inolvidable y la asonancia y consonancia las cucharas de palo para manipular la mantequilla real de la belleza.

Debemos saber que la conmoción del amor desazona los potajes o decora el pastel de la rima. Y el odio, si no es personal, marca un compás guerrero que envidiaría Homero. Por cierto, la envidia no produce nada sustancioso y la violencia solo es buena cuando exalta la redención y la verdad. La vanidad es antipoética por antonomasia: el vanidoso eructa y no declama. Gusta mucho a las mujeres por su liviandad de tabla triple. El timador y oportunista odian el verbo y se convierten mejor en millonarios o presidentes. El tarugo repite, como hojalata al viento, como ametralladora las palabras, pero es incapaz de comprender el lujo raro de un estribillo.

La enumeración caótica vale como la lista de productos y los granos necesarios, pero no reemplazan el talento combinatorio o la sabia canibalización. El uni-verso sigue siendo la sal indispensable, y el corazón y la garra la chispa de todo condimento. No os avergoncéis del frito y del refrito, a la final nosotros somos un apabullante y genial refrito cromosómico. Así ni el poema ni el anti poema son cosa del otro mundo. La vida no es fácil y el poema también. El chef de la belleza está amenazado del tufo y del perfume turbio, pero debe blindarse de santa indiferencia ante el avatar malsano de toparse con sicofantes absurdos nacionales o internacionales.
Para terminar, les recomiendo mi:

Receta para ser poeta:

Tener los ojos grandes sin ser Gustavo,
tomar un chocolate de vez en cuando,
contemplar que la vida rima, rimando,
se evapora y nos deja sin un centavo.

Afligirse a destiempo, ser un boceto
de un hombre que se pasa cazando moscas,
tener la rara mezcla de cejas hoscas
con la figura frágil de un mamotreto.

Creer y convencerse que uno es distinto
solo porque se entiende qué es un terceto
y que mejor resulta tomarse un tinto…

Considerar el mundo un sitio bajo,
indigno e insostenible, raro, incompleto
y odiar con cuerpo y alma todo trabajo.

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