La espiral poética y el retorno a la poesía

La espiral poética y el retorno a la poesía

Por Fabián Núñez Baquero

El mundo de la conciencia y de la sensibilidad es una escalera fantástica donde cabe todo, hasta lo más insólito. Una escalera de varios pisos para todo tipo de gustos y disgustos, de creaciones y aberraciones. O, más exactamente, como en los mitos[1] cosmogónicos del mundo, una espiral infinita, con varias ventanas al universo. Y, por supuesto, en cada curvatura o hélice hay artistas que representan grados de intensidad poética, la cábala de la cantidad o determinada tesitura, en la escala de la calidad sensorial o cognoscitiva.
La espiral posee todas las instancias de la voz y los sentidos y poetas que lo representan. Y cada poeta en cada estrato posee su propio público que detenta el nivel y la altura necesaria. Lo que se dice, hay poetas para todos los niveles y para cada público. Esta constatación la desconocen muchos poetas y casi siempre el público un poco desorientado que vaga por este rascacielos de las voces intentando comprender el mundo, la humanidad, la mente, la perspectiva del futuro.
El mundo de la lectura guarda estos estratos necesarios para cubrir la demanda de voces y experiencia sensorial.
Hay pisos cíclicos, cosmogónicos, donde nos esperan poetas como Ovidio, Hesíodo, Valmiki, Wang Cheng y los autores de Los Nibelungos y El Kalevala. Hay estancias donde habitan los poetas épicos como Homero, Virgilio, Dante, Camoëns, Ercilla, Ariosto. Hay lugares donde vibran los poetas símbolos o leyendas como Whitman, Vallejo, Huidobro, Pessoa, César Dávila Andrade. Hay escalas para románticos como Alfieri o Víctor Hugo, Lamartine o Heine.
Tenemos preferencias, es verdad, por eso el edificio poético alberga a todas las escuelas o movimientos como los simbolistas, los parnasianos, los surrealistas, místicos, modernistas, conceptistas, gongoristas…
Poetas mayores o menores son necesarios, indispensables para el mundo y la humanidad. No importa que ahora en la superficie se haya dado un giro hacia lo bronco de la desidia por la lectura y las letras o que al poema se lo suplante por la aureola tecnológica o por la concentración devota en la ofimática o cibernética. A cada corazón le hace falta su resonancia y una palabra adecuada, a cada persona el tono para equilibrar su vida.
El hombre se entregará a las máquinas[2], a los robots, a la corriente enferma de la voracidad por el dinero o la dispersión de los sentidos, pero con la misma fuerza que ingresó en la vorágine de la estulticia y la locura, volverá a su referencia humana, poética, a la palabra. Abrirá un libro, leerá una página de un poeta, declamará, aprenderá de memoria un poema que retrate su sed, que exprese su esperanza, su ansia de un mundo mejor, y luego él mismo escribirá poemas para él y otros como él. Todo el mundo volverá a la poesía, al origen de su circunstancia humana, al punto inicial de su destino: la palabra sensitiva que aúna a los seres en su fraternidad universal.


[1] Los mitos son poéticos por excelencia puesto que reproducen el candor cognoscitivo en el alba del hombre y su estupor frente a lo desconocido
[2] Ojalá no sea definitiva su entrega a los robots porque, de ser así, la humanidad puede ir al exterminio, como ya lo teme Stephen Hawking.  

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