El peso de las palabras

El peso de las palabras

El peso de las palabras
Por Fabián Núñez Baquero
Jueves 25 de octubre de 2018

El peso de las palabras
Por Fabián Núñez Baquero
Jueves 25 de octubre de 2018

Si de algo puede enorgullecerse el hombre actual es que puede pesar todas las cosas. Se puede pesar el átomo y las subpartículas; cuántos millones de soles entran en un agujero negro o en una estrella de neutrones; cuánto pierde un pobre por ser pobre; cuánta dosis de droga hace falta para que un hombre rebase las fronteras de la cordura e ingrese en el campo de la dislocación nerviosa u onírica. Pero nadie se ha puesto a pensar en la meticulosidad concentrada que los hombres han desplegado para pesar las palabras desde hace milenios.
 Porque cada palabra tiene peso e, igual que en química, su propia catálisis y precipitación. Los increíbles griegos- que tanto trabajaron en la orfebrería del verbo, la sintaxis y la semántica, fueron acaso los primeros alquimistas de la palabra, que la pesaron y la sopesaron en sus valores de cero al infinito. La más enjundiosa y complicada pirámide levantada por el hombre no es la de Keops en Egipto o de Chichén Itzá en tierras mayas, sino la catedral de la sintaxis, de la semántica y de la lógica levantada en especial por los griegos, con la cual edificaron toda la civilización occidental.
Pocos conocen cuánto pesa una expresión como por favor, o, en qué puedo servirle- que no es lo mismo que decir en qué puedo ayudarle. La una implica servicio real, humildad en la acción, la otra trata a la persona como subordinada, como rebajada al plano basto de la necesidad. Hace falta una reingeniería de las palabras en el mundo actual y esta labor solo podrán hacerla poetas de verdad. La palabra es la lima que suaviza y aceita las relaciones humanas.
 Muchos graves problemas del mundo actual son en verdad incomprendidos por falta de palabras para sopesarlos o por el uso de expresiones improcedentes. Debe inculcarse en la sociedad el esfuerzo por medir las palabras, por someterlas al vaivén de lo refinado, de lo excelso. Se debe descartar el lenguaje inapropiado o indigno utilizado por politiqueros o pandillas, o por viles películas que imitan el verbo degradado de los sectores más lumpescos de las ciudades y pueblos. El lenguaje del odio personal, gratuito, o de la envidia descarada o soterrada, del egoísmo malsano, debe eliminarse como a un virus o una peste.
La limpieza del cuerpo es tan necesaria como la de la mente, la del lenguaje. Hay poetas que intentan o han intentado reproducir las jergas de la droga o de los malandros. Y esto es una falsa impostación. La voz de una clase social cantada por otra es una penosa falsificación superflua. Es como el poema- si se puede llamarse como tal- que retrata la realidad cotidiana o, incluso del amor, con palabras habituales y estereotipadas, que ya no tienen vivacidad porque se han convertido en tópicos o repeticiones muertas. Y no es solo cuestión de vocabulario o de riqueza expresiva, sino de actitud elevada, de filosofía vital que debe tender siempre a mejorar el comportamiento y la sustancia de la especie y del individuo.
De alguna manera Nietzsche tenía razón cuando afirmaba que los problemas del mundo son en esencia problemas gramaticales. Millones de personas no hacen uso del lenguaje, no pesan ni la sociedad ni al hombre mediante la palabra. Y millones lo hacen de manera inadecuada: los que están en las altas esferas porque, con su arrogancia, se alejan más de la realidad y no tienen la sensibilidad para entender a su hermano: han puesto un muro, una barrera insalvable entre ellos y sus congéneres.
 No es casual que el magnate de EEUU ahora proponga la erección de un muro entre su país y México, eso demuestra la incapacidad de la clase dominante de poseer un lenguaje humano para entenderse entre humanos. Los de abajo- y no hay que escandalizarse por ello- que están en situación frágil, no tienen trabajo o el que tienen es demasiado insuficiente para subsanar sus penurias, se allanan al idioma de la ira o se soliviantan con la jerga o la algarabía de barrio bajo. Esta es una respuesta mecánica y grotesca que no contribuye a ver el mundo y transformarlo.
Desde luego cada clase social, lo quiera o no, acuña, exuda su propio e intransferible manejo del lenguaje que retrata su fisonomía y su conservadurismo. El poeta, con su trabajo sobre el lenguaje, tiene que, y debe de trascender, sobrepasar esta escala y enaltecer la circunstancia humana.


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